La ruta migratoria hacia las Islas Canarias, también conocida como la ruta del Atlántico, es una de las más peligrosas del mundo. Miles de personas intentan llegar a las islas españolas desde la costa occidental de África, cruzando el Atlántico en condiciones extremadamente precarias en pequeñas embarcaciones o cayucos.

Esta ruta no se limita a personas de un solo país. Según los datos más recientes, los migrantes que llegan a las Islas Canarias provienen de más de 30 países diferentes, principalmente del África subsahariana y el Sahel, pero también de lugares tan diversos como Senegal, Gambia, Costa de Marfil, Guinea, Malí, Nigeria, Marruecos y el Sáhara Occidental. En menor número, incluso llegan migrantes de países como Bangladesh y Pakistán.

Hay algo más que juventud en los rostros de estos jóvenes. Hay cansancio, esperanza y el eco de historias indescriptibles. Podrían haber dejado Dakar, Conakry, Bamako o un rincón invisible de Gambia. Podrían haber cruzado el desierto, dormido bajo un cielo sin techo en Mauritania o esperado semanas la señal de partida en las orillas de El Aaiún.

Sus miradas nos hablan de un viaje sin mapas, de noches en el agua y silencios que gritan. No están solos: son miles, decenas de miles. Más de treinta países diferentes han visto partir a hijos e hijas con la mirada fija en un horizonte llamado Europa.

La ruta atlántica hacia las Islas Canarias, una de las más mortíferas del planeta, es también una ruta de sueños. En sus canoas, viajan no solo cuerpos, sino también historias, lenguas, culturas y anhelos de futuro. Cada año, hombres, mujeres y niños se aventuran en el océano. Algunos llegan. Muchos no. Todos dejan atrás algo irrecuperable.

Tenerife – Canarias – España